Luz de morgue.

Reconocer un cadáver es fácil. 

Lo que no es tan fácil es reconocer en él a la persona que lo habitaba. 

Ver un cuerpo sin vida es como ver una máscara. Ningún indicio de ESO que estaba ahí. 

Dicen que no somos el cuerpo, sino ESO que lo habita.

A mí, dos veces me tocó espiar por debajo de la sábana blanca que cubría un cadáver. Era la morgue. Eran mis abuelas. Primero una. Años después, la otra. 

Misma morgue. Misma luz de morgue. Mismo olor de morgue. Distinta abuela: la mala y la buena.

La luz de morgue está en muchos sitios. Es blanquecina azulada. Muchas personas eligen esa luz para sus casas. Pienso que si supieran que están usando luz de morgue quizá la cambiarían por una más cálida. 

Mis abuelos murieron antes de que yo naciera, por lo tanto, no tuve que verlos muertos. 

¿Y del olor a morgue qué? No estoy segura. Se me hace que es un desinfectante particular. 

Las abuelas tenían una cinta en el dedo gordo del pie izquierdo que las identificaba. 

Estaban frías como la luz. Sí, las toqué. 

La morgue también estaba fría. Tiene sentido. Necesitan conservar por algunas horas el cuerpo sin ESO. Las bajas temperaturas ayudan.

Yo tengo desde hace muchos años un machucón negro en la uña del mismo dedo gordo del pie izquierdo en el que las abuelas tenían la cinta. Como una señal. Aunque no sé qué significa.

‘La muerte está muy bien organizada’, dijo aquel médico oncólogo especialista en cuidados paliativos que sigo en YouTube. ‘No deberíamos decir muerte sino murimiento. Tal y como decimos nacimiento. Nacimiento y murimiento son un proceso’, sigue.

También dice que hay un más allá.

Y yo le creo.

Porque mis muertos en algún lado están. Y si no están acá. están allá.

Hacía mucho que no hablaba conmigo misma, escribiendo.

Pienso, luego escribo.

Escribo, luego pienso.

Cuando vi a mis abuelas en la morgue pensé que ya no seguirían envejeciendo. De hecho, en los cadáveres parecían rejuvenecidas. Como si fueran muñecas de cera.

La mala y la buena no se querían entre ellas. Una era judía, la otra católica. No sé si fue eso. Una era culta, la otra casi analfabeta. Había más contrastes también.

¿Pero qué estarían haciendo sus hijos mientras yo identificaba los cadáveres de las abuelas, si al fin y al cabo ellas eran sus madres?

En ese momento no había tiempo para respuestas, y menos para preguntas.

Dijeron ‘andá vos’, y fui. 

El lugar era muy chiquito. Yo tenía la sensación de estar en un sótano. Pero no era un sótano. La camilla no podía estar paralela a ninguna pared del cuarto. Quedaba atravesada, atascada.

Yo entraba ahí medio apretujada. Me apretujaba la situación, me apretujaba el espacio. Me apretujaba el dolor. Me apretujaba el amor. Me apretujaba el linaje. 

Como quien entra a un asesor lleno. Todos miran para abajo o para arriba o para el costado. Acá yo no podía mirar para otro lado. ¡Si justamente había entrado para identificarlas! Ellas tampoco podían mirar para otro lado. 

No sé por qué les cierran los ojos a los cadáveres.

Me da rabia no saber decir a qué huele la morgue, porque mi sentido más desarrollado es el olfato. Creo que contuve la respiración. Debe ser por eso que no recuerdo el olor.

Al fin y al cabo, ‘morir es una costumbre que tiene la gente’, como decía Borges.

. . .

por Débora Tenenbaum
Taller de escritura AutoBiográfica con Virginia Ducler
Rosario mayo/junio 2023.-

Deja un comentario