Hace más o menos una semana que lloro. Así. De repente. En cualquier momento del día y circunstancia: lloro. Con motivo aparente. Y si él.
Lógico, me digo ahora.
A veces lloro por las bienvenidas y por las despedidas. Otras veces lloro porque ya no puedo abrazar al cuerpo de mi padre y contarle lo feliz que soy, aunque lo sabe. A veces lloro cuando inspiro y siento en el aire La Maravilla de El Misterio y de El Sentido.